CULTURALES
La magia del realismo latinoamericano
A 135 años de la gesta Lares
22 de septiembre de 2003
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Por Jesús Dávila
Corresponsal EDLP/San Juan
Cuando en meses recientes un grupo de anexionistas bajo el mando de un conocido agitador intentaron colocar banderas estadounidenses en la Plaza de la Revolución de Lares, fueron rechazados por los vecinos, encabezados por dirigentes de la juventud anexionista del propio pueblo del corazón montañoso de Puerto Rico.
No había manera de transar, los anexionistas de Lares quieren que Puerto Rico forme parte de la Unión de Estados Unidos, pero que la bandera del país metropolitano no profane "el altar" patriótico.
Allí en aquella plaza se encuentra el árbol de tamarindo producto de una semilla de La Quinta de Simón Bolívar traída por la escritora chilena Gabriela Mistral y sembrada por el líder nacionalista Pedro Albizu Campos en 1932 sobre tierra procedente de todas las repúblicas latinoamericanas. La bandera de EEUU sencillamente no puede campear sobre esa marca avanzada de la frontera norte de América Latina.
Aquel día, el activista Félix Plaud, que había protagonizado antes encuentros violentos se amplia cobertura noticiosa, pareció haber sido impactado también por la reacción. Lo próximo que se supo de él —meses después— fue su participación junto a independentistas y autonomistas en promover el diálogo y el debate político en la Universidad de Puerto Rico.
¿Cuál es la fuerza o el poder en la comunicación simbólica que se ejerce desde ese poblado de las montañas de esta pequeña nación caribeña? Exhibe características de recuerdo de una epopeya que, sin embargo, no guardan relación con los escuetos hechos militares que allí se suscitaron el 23 de septiembre de 1868 y que marcaron un intento abortado por lograr de España la independencia para Puerto Rico.
La madrugada nacional
Desde horas de la noche del 22 de septiembre, cerca de mil hombres se habían congregado en la hacienda del inmigrante venezolano Manuel Rojas, quien sería el comandante militar de la revolución. Desde allí bajarían por los montes en horas de la madrugada, atravesando caminos medio ocultos por la vegetación, que todavía hoy exhibe gigantescas matas de guineo que dan varias veces la altura de un hombre.
Era un ejército pobre y hasta una parte significativa de las balas era de fabricación casera, como también lo fue el bordado de banderas y otros preparativos. Era una tropa mixta, con puertorriqueños mezclados con gentes de otras latitudes, como el caso de uno de los combatientes que había nacido en la desaparecida y ya para entonces mítica República de Barataria, que fue puesto avanzado de los corsarios latinoamericanos en América del Norte durante las guerras de independencia de las primeras décadas del Siglo XIX.
Cayeron sobre la población al amanecer y la tomaron por asalto, para proclamar allí una república con medidas de justicia social y celebrar un "Te Deum" en la iglesia antes de emprender ruta hacia la cercana población de San Sebastián.
Las tropas españolas se impusieron en la segunda batalla, a campo abierto y luego vinieron las persecuciones y los juicios, sobre los que los expedientes dejaron constancia de que se imputó a los revolucionarios incluso ser "comunistas".
Betances y la democracia
El cerebro de toda la operación, el médico Ramón Emeterio Betances, se encontraba fuera de Puerto Rico haciendo esfuerzos que terminaron en frustración para hacer llegar un barco con armamentos.
Pero si bien los pertrechos bélicos nunca aparecieron, lo que sí se abrió paso y burló la vigilancia de las autoridades coloniales fue el documento escrito por Betances que en el siglo siguiente serviría de base para la democracia puertorriqueña.
Se trataba de "Los Diez Mandamientos de los Hombres Libres", escrito por Betances en las Islas Vírgenes —entonces colonia de Dinamarca— cuyos primeros cinco puntos se traducirían en los fundamentos de la Carta de Derechos de la Constitución del Estado Libre Asociado, adoptada en 1952.
Esos primeros cinco puntos de la Carta de Derechos fueron explicados por el presidente de la comisión en la Convención Constituyente, Jaime Benítez, como la "arquitectura ideológica" que sostiene la Constitución.
Esa rareza de la Constitución del ELA, en la que los derechos civiles y su estructura de organización no corresponden a la de EEUU, ha sido motivo para que una y otra vez que señale que el documento puertorriqueño es "de avanzada". Incluso se ha intentado referir su origen a la "Declaración Universal de Derechos Humanos" de las Naciones Unidas, a pesar de que no existe tal correspondencia.
Pero Betances, denominado "El Antillano Proscrito", no podía ser considerado padre legitimado de la democracia bajo el dominio de EEUU, nación contra la cual expresaba la misma rebeldía que con España. Más aún cuando su lucha revolucionaria no se apagó con la derrota de Lares y se ha establecido que, a finales del siglo, fue uno de los actores en la planificación del asesinato del primer ministro español Cánovas del Castillo, cosa que abrió las posibilidades para que los reformistas puertorriqueños consiguieran la Carta Autonómica bajo el gobierno de su sucesor, Práxedes Mateo Sagasta.
Caminos distintos
No todos los revolucionarios de Lares se mantuvieron fieles a la consigna de Betances de "no quiero colonia, ni con España ni con Estados Unidos". Uno de sus mejores amigos, el también médico José Julio Henna, se fue a Nueva York donde vivió como un potentado en la Quinta Avenida y dirigió el Hospital Francés.
Henna trabajó intensamente la causa de la anexión a EEUU y se reunió con el presidente William McKinley para convencerlo de incluir a Puerto Rico en la ruta de la Guerra Hispanoamericana. Otra que también terminó favoreciendo la anexión fue la autora del "Himno Revolucionario", Lola Rodríguez de Tió.
El heredero político de Betances sería el ponceño Albizu Campos, un nacionalista católico aliado y agente del movimiento revolucionario de Irlanda que dirigía Eamon de Valera. Albizu rescataría del olvido oficial el recuerdo de la gesta de Lares e implantaría la tradición de la peregrinación anual a la Plaza de la Revolución.
En 1950, Albizu dirigiría su propia insurrección, pero esa es otra historia.
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